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Detengo la imagen en la escena en donde duermen 2 amantes plácidamente. Lo convierto en un cuadro. Me parecen Álvaro y Alicia. No muestran ni el antes, ni el después. Nos invitan a su interpretación. Sabemos de la escena anterior: fuegos de colores enamorados, surgidos de la chispa de la pasión y la leña del amor. Después los veremos en el desayuno, flotando en la nube de amor, que les aliena el cuerpo y el espíritu. También sabemos de la historia de ese amor descubierto en la catarsis de una discusión. Sabemos del no darse cuenta de Alicia, entretenida por la pasión cegadora de un amor, que no la eligió; y del sinvivir de Álvaro, atrapado en un amor eternamente creciente, y anhelante de amor no sufriente. Ahí están, abrazados, sosegados. Álvaro abraza a Alicia. Es un abrazo que la retiene amorosamente para mantenerla en su vida. Es un abrazo que sostiene el sueño soñado, Alicia, cerca de su cuerpo, lo más real que tiene. Está dormido, tranquilo, porque su abrazo le guarda lo que más quiere en la vida, sea despierto, dormido, o en plena alienación amorosa, Alicia. La respira, la escucha, la ve en ese abrazo dormido y plácido. Alicia sujeta el abrazo para que no se rompa en su sueño, y se escapen, la sensación de plenitud y bienestar, que la durmieron arropándola con amor y dicha. Él la guarda de lo que ella quiere que la guarde. Quieren guardar su amor abrazado entre ellos... Y el mismo sol se ilumina al verlos tan plácidamente abrazados de amor y amor.

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