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Álvaro en la discusión no se queja, se harta de su sinvivir. Su sinvivir habla por él, recoge lo insufrible de su situación y lo pone a disposición de la discusión. ¡Qué todo salga, que nada quede! ¡Alicia no añadas ni una gota más al vaso de mi caballerosidad! ¡No ves que después las fernandistas me acusan de frío y distante! ¡Yo sólo quiero que me dejes en paz, que te vuelvas al mundo donde mi corazón no te vea, no te sienta, no te reclame a través de mi cuerpo, no me torture tu respirar tan cerca, sintiéndote tan lejos! ¡Alicia, con lo inteligente que soy, ¿por qué no me conformo con sufrirte todos los días?Y Alicia... La cara de Alicia no es de pena ni de lástima, es de estupefacción... ¡Álvaro mostrando su corazón herido de desamor! ¿Por mí? ¿He sido capaz de enamorar a este pedazo hombre... yo?¡Dios mío y me duele su dolor! ¡Álvaro! ¿Cómo no te he reconocido antes, mi amor? Las palabras no sirven, sólo vale asomarse al corazón desde sus miradas. Alicia no espera, es la que primero busca. Álvaro no se atreve a mirar o a que lo miren, su corazón está roto, es débil para batallas que se creen perdidas. Alicia lo toca, Álvaro se dejar consolar, desolado. Alicia insiste en asomarse, en que se vean. Alicia le calla por la boca. Le atrapa la mirada. Ya están conectados, cierran sus miradas. Se atraen. En un segundo Álvaro coloca su corazón en los labios. Se lo entrega a Alicia en los suyos. Se convierte en un beso. Ya lo tiene. Ya se tienen. Se estremecen. Se sujetan el estremecimiento para poder seguir estremeciéndose… Sus corazones conectados estremeciéndose de amor…y sigue…

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